Según fuentes de la Conferencia Episcopal Española, en
palabras de Monseñor Munilla, obispo responsable de pastoral juvenil, el 50% de
los jóvenes españoles no conocen a Jesucristo.
Naturalmente, al ser
una media habrá diferencia entre las distintas regiones e influirá bastante la
formación que estos jóvenes poseen; “no
conocen” significa que, aunque muchos sean capaces de identificarle en las
distintas formas en que se manifiesta
artísticamente, no saben nada más de El: su vida, su enseñanza, su doctrina; no
han leído nada del Evangelio ni son capaces de recitar el padrenuestro y, desde
luego, la práctica se reduce, si es el caso, a momentos puntuales, que no dejan
huella en sus vidas.
Es necesario recordar
que en la sociología actual el concepto
de juventud abarca un periodo muy amplio de la vida, podemos estar hablando de
personas que tienen bien cumplidos los treinta. Los obispos se refieren, por
tanto, no sólo a los adolescentes, sino también a los padres y madres de niños
en edad escolar, incluso universitarios. Al no conocer ellos a Jesucristo,
tampoco pueden transmitirlo a sus hijos. “Se
ha roto la cadena de transmisión de la fe”, afirman, quedando en manos de
algunas abuelas la primera iniciación cristiana, papel que tradicionalmente ha
correspondido a los padres
Para los creyentes,
todos los acontecimientos son una llamada de Dios a la conversión; cito estos
datos en sentido creyente y, por tanto, no deseo que sean en forma alguna interpretados
como derrotismo; son un acicate para
ponernos a trabajar. La conclusión de nuestros obispos es que España ya puede
considerarse como “un país de misión”.
Leído lo anterior, ¿qué
podemos hacer nosotros?
1.- Tanto el Papa como
nuestros pastores nos están recordando en este año de la fe que todos somos
misioneros desde el día de nuestro Bautismo. Tal vez para nosotros ser misionero
no sea discutir ni ir tocando de puerta en puerta, pero sí intentar transmitir
nuestra fe a quienes tenemos más cerca. Primero con el ejemplo, pero además con
la palabra y los medios adecuados. Es una tarea larga, como todo proyecto
educativo, que requiere paciencia y tacto: no vamos a avanzar ni un milímetro
con largos discursos o riñas. Dicen los expertos pastoralistas que la Iglesia, es
decir, nosotros, tenemos que aprender a
hacer cristianos, porque hasta hace no mucho tiempo nos venían dados por la
sociedad, y eso ya no sucede.
2.- Nos ayudará
bastante no dejar esta tarea exclusivamente en manos de los sacerdotes, los
religiosos y religiosas, los profesores de religión, etc. Su tarea es servir de ayuda, pero, si no tienen eco en
la familia, en los amigos, en el grupo con que se reúnen los jóvenes, se abre
una brecha entre lo que dice el cura, lo que oigo en la iglesia y lo que dicen
mis seres más cercanos. (Como
ejemplo, aunque no es el único, sucede muchas veces con los niños y niñas de
comunión).
3.- Ayudará bastante
que los mayores dejemos de recurrir a los famosos “tiempos dorados” de mi juventud. Esa añoranza no es buena, porque
nos produce pasividad, esperando de brazos cruzados que vuelvan aquellos años
dorados. Es necesario recordar que, cuando los mayores nos referimos a “nuestra juventud”, quienes nos oyen aún
no habían nacido.
4.- Nuestra parroquia
está transmitiendo a los niños y niñas de comunión las verdades fundamentales
de la fe, gracias a los catequistas. Tenemos un grupo de confirmación, en que
se intenta poner a los jóvenes en contacto con Jesucristo. Después de recibir
ambos sacramentos nos preocupa la permanencia y eso ya no está en nuestras
manos, al menos totalmente. Aquí serían necesario adultos que los “adoptaran” para animarlos a seguir en
el camino que han emprendido.
Estas quieren ser unas
palabras de ánimo. Sabemos que Jesucristo tiene en sí mismo fuerza suficiente
para llenar de alegría la vida de quienes le siguen. Nuestra tarea es
presentarlo claramente, en este caso a los jóvenes. No es que se haya secado el
manantial sino que están faltando guías para acompañar a los hombres hacia él.