-“¿Cómo están las cosas por
ahí abajo, colega?”
El que hablaba era el jefe de
la “Oficina de Recepción y
Procesamiento de Datos Enviados por los Ángeles Custodios”, aunque
las malas lenguas le llamaban “El
tecla”. Claro que, para compensar su aburrido trabajo burocrático,
disfrutaba de una coqueta oficina con vistas a la nebulosa Andrómeda.
-“Psssché”, respondió él. “¿Y
a ti, qué tal te va ahora con el trabajo informatizado? ¿Divino, verdad?”
-“¡Si yo te contara! El
programa no admite ni el cinco por ciento de los informes. Cuando
intentas llenar la casilla <buena obra realizada>, zas, te la
rechaza. Acciones fastuosas que han merecido el reconocimiento y no sé
cuantos premios, son denegadas. Y si pinchas en <ayuda> y luego en
<causa del rechazo> responde invariablemente que <faltan
requisitos esenciales>.
Sin embargo hechos que nadie
tomaría en consideración, que los ángeles agregan para inflar el trabajo,
como si fueran adolescentes de segundo, entran sin ninguna dificultad.
¡Misterios del baremo!, que
digo yo. Pero es el jefe quien lo ha diseñado y él tendrá sus razones”.
-Y a propósito de jefe, hoy me
ha citado para la entrevista anual. Y pienso yo que, si Dios es
infinitamente sabio y todopoderoso, ¿por qué le gustará tanto preguntar,
dialogar, interesarse por cuestiones aparentemente triviales, saber tu
opinión sobre tal o cual asunto?
-“Es probable que por esto
mismo sea tan sabio y poderoso”, le respondió “el Tecla”.
El ángel que le vino a buscar
era feucho, bajito y con gafas de culo de botella. Llevaba una carpeta
bajo el brazo y tenía prisa, porque miraba continuamente la situación de
las constelaciones para saber con exactitud la hora. Entonces, movía la
cabeza y mascullaba algo que hacía entender que todo marchaba con
retraso.
Mientras recorría el largo
pasillo detrás del secretario, se alisaba las plumas y ensayaba algunos
gestos. A pesar de ser un ángel, estaba un poco nervioso.
-“Dios te está esperando”, le dijo el de la carpeta.
Se fijó en los letreros
relucientes con títulos larguísimos, que colgaban en las puertas de las
oficinas del cielo: “Asesoría
fiscal de ángeles desplumados”; “Recaudador de jaculatorias no incluidas
en las indulgencias plenarias”; ”Ángeles custodios: servicio veinticuatro
horas”; etc.
Sin embargo en éste suyo, un
sencillo cartel de “pase sin llamar” invitaba a entrar.
-“Hombre,
Boreal, ¡cuánto bueno por aquí! Me alegro de verte. Pero, ángel de Dios,
deja de revolotear como una libélula, que vas a terminar destrozado”. Y
además, ¡¡¡me estás poniendo nervioso!!!
-“Pero yo he leído que Dios
no…”
-“¡¡Bah¡¡ ¡¡Los teólogos!! Se pasan el día
rizando el rizo”. Yo mismo no me reconozco cuando leo lo que escriben. Me
llaman Divinidad, ¿Puedes creértelo?
Pero vamos al grano, cuéntame cosas”.
-“Pues verá, Señor, he escrito un informe…
aunque no sé por qué lo he escrito, porque Vd. se entera de todo… quiero
decir que no necesita enterarse porque lo sabe de antemano… o sea que no
es que nadie se lo haya dicho, sino que desde siempre… es decir no desde
siempre porque éste es un concepto
temporal y Vd. vive desde toda la eternidad…no es que viva, ni que
exista, sino que es… quiero decir que no es que
sea, sino que…
(Y así continuó un larguísimo
discurso. Entre tanto, Dios movía nerviosamente los pies debajo de la
mesa y pensaba para sus adentros: “Este
Boreal nunca anduvo muy sobrado, la verdad”).
Dio un suspiro de alivio
cuando el de las gafas asomó tímidamente la cabeza y dijo: “Señor, acabó el tiempo”.
Mientras lo acompañaba a la
salida, Dios, le echó el brazo sobre los hombros, al tiempo que le decía:
-“Amigo Boreal, ¡lo estás haciendo muy bien! Tú sigue dando vueltecitas por la zona
que te asigné, pero sin complicarte mucho la vida, ¿sabes? Yo hablaré con
unos amigos para que no te quiten ojo de encima y te ayuden con tus
informes. Se trata de una familia extraordinaria.
Iba a añadir: “!Claro¡, si fui yo quien inspiró la idea de crearla”, pero
no quedaría bien que Dios se apuntase tantos como si fuese un concejal
cualquiera.
No obstante, cuando salió el ángel, se
echó hacia atrás en el sillón de nubes y adoptó su postura favorita:
entrelazando los dedos sobre su barriga, hacía que un pulgar persiguiera
al otro y luego al revés. Esto lo relajaba bastante. Entonces no pudo
resistirse, miró a uno y otro lado para asegurarse de que estaba solo y dijo:
-“Je,je,je, en verdad tuve una idea
genial”.
Para los diáconos permanentes
y las esposas.
Jerez de la Frontera, 17 de
Marzo de 2012.