El
gesto de Benedicto XVI ha producido un aluvión de comentarios, tanto en los
medios como a nivel de calle, llegando incluso a dejar en un segundo plano las
turbulencias por las que pasa nuestro país.
A mi
ver, la decisión deja traslucir una vez más su fina inteligencia y su amor a la
Iglesia. Aparentemente las circunstancias han podido con él, pero su marcha es
una forma de inquietar, un toque de atención. Deja tras ella mucho para
meditar.
Así
se ha entendido incluso por personas ajenas a la Iglesia, quienes han llegado a
afirmar que esta decisión lava los errores que hubiera podido cometer durante
su pontificado. No es frecuente encontrar tanta unanimidad.
Naturalmente,
su retiro voluntario puede estudiarse desde perspectivas casi infinitas. También
yo he extraído mis propias conclusiones:
- Es
un gesto profético. Cuando la lucha por el poder y por conservarlo a toda costa
se ha convertido en moneda corriente, llegando incluso a contaminar a la propia
Iglesia, este hombre renuncia, lo deja todo por un bien mayor. “El que tenga oídos para oír, que oiga”, dice
el Evangelio.
- Es una llamada de atención. La Iglesia debe procurar que tanto bien y tanta santidad acumulada no quede oculta por un modo de pensamiento y de actuación mundanos, ajenos o contrarios al Evangelio que proclamó Jesús de Nazaret.
- Es una llamada de atención. La Iglesia debe procurar que tanto bien y tanta santidad acumulada no quede oculta por un modo de pensamiento y de actuación mundanos, ajenos o contrarios al Evangelio que proclamó Jesús de Nazaret.
- Crea
una serie de interrogantes. Respecto a la persona que le sustituya en la Sede
de Pedro:
·
¿No
debería ser más joven y de buena salud?
·
¿No
debería tener fijada su renuncia a los 75 años, como los sacerdotes, obispos y
cardenales?
·
¿No
debería romper con la clausura en el vaticano y esa atmósfera tan enrarecida,
que a Benedicto XVI le ha resultado asfixiante?
Es
necesario recordar que la mayoría de los católicos está fuera –y lejos- de
Europa: el 42% se encuentra en América Latina. No estaría mal que el nuevo Vicario
de Cristo pudiera pasar temporadas recibiendo información de primera mano y
visitando comunidades geográficamente distantes de Roma, pero no del Papa, que
es su pastor.
Creo
yo, además, que la Iglesia debe sembrar la semilla del Evangelio en este mundo
– es el que tenemos- sin considerar que los avances en las ciencias se oponen a
los planes de Dios.
Esto
será imposible si, según palabras del mismo Benedicto XVI en estos días de su
adiós, la Iglesia no está en permanente actitud de conversión al Señor. Ello
significa no vivir ajena o de espaldas a nuestro mundo, especialmente a los más
desfavorecidos, como nos enseña Jesús. Porque convertirse es tener la mirada
fija en El.
José
Palomas Agout, párroco.