lunes, 4 de marzo de 2013

A propósito de la renuncia.

A propósito de la renuncia.

El gesto de Benedicto XVI ha producido un aluvión de comentarios, tanto en los medios como a nivel de calle, llegando incluso a dejar en un segundo plano las turbulencias por las que pasa nuestro país.

A mi ver, la decisión deja traslucir una vez más su fina inteligencia y su amor a la Iglesia. Aparentemente las circunstancias han podido con él, pero su marcha es una forma de inquietar, un toque de atención. Deja tras ella mucho para meditar. 

Así se ha entendido incluso por personas ajenas a la Iglesia, quienes han llegado a afirmar que esta decisión lava los errores que hubiera podido cometer durante su pontificado. No es frecuente encontrar tanta unanimidad.

Naturalmente, su retiro voluntario puede estudiarse desde perspectivas casi infinitas. También yo he extraído mis propias conclusiones:

- Es un gesto profético. Cuando la lucha por el poder y por conservarlo a toda costa se ha convertido en moneda corriente, llegando incluso a contaminar a la propia Iglesia, este hombre renuncia, lo deja todo por un bien mayor. “El que tenga oídos para oír, que oiga”, dice el Evangelio. 

- Es una llamada de atención. La Iglesia debe procurar que tanto bien y tanta santidad acumulada no quede oculta por un modo de pensamiento y de actuación mundanos, ajenos o contrarios al Evangelio que proclamó Jesús de Nazaret. 

- Crea una serie de interrogantes. Respecto a la persona que le sustituya en la Sede de Pedro:
·        ¿No debería ser más joven y de buena salud?
·        ¿No debería tener fijada su renuncia a los 75 años, como los sacerdotes, obispos y cardenales?
·        ¿No debería romper con la clausura en el vaticano y esa atmósfera tan enrarecida, que a Benedicto XVI le ha resultado asfixiante?

Es necesario recordar que la mayoría de los católicos está fuera –y lejos- de Europa: el 42% se encuentra en América Latina. No estaría mal que el nuevo Vicario de Cristo pudiera pasar temporadas recibiendo información de primera mano y visitando comunidades geográficamente distantes de Roma, pero no del Papa, que es su pastor. 

Creo yo, además, que la Iglesia debe sembrar la semilla del Evangelio en este mundo – es el que tenemos- sin considerar que los avances en las ciencias se oponen a los planes de Dios.

Esto será imposible si, según palabras del mismo Benedicto XVI en estos días de su adiós, la Iglesia no está en permanente actitud de conversión al Señor. Ello significa no vivir ajena o de espaldas a nuestro mundo, especialmente a los más desfavorecidos, como nos enseña Jesús. Porque convertirse es tener la mirada fija en El.
                                                                                  José Palomas Agout, párroco.

sábado, 5 de enero de 2013

El pañuelo





El pañuelo.
 
         Cuando alguien se encuentra en necesidad extrema, fruto siempre de la injusticia y la desprotección social, la comunidad recurre a distintas formas de solidaridad. Recuerdo la llamada “echar el pañuelo”, que se practicaba en algún lugar donde he vivido. Efectivamente, éste corría de casa en casa y de mano en mano, depositando en él cada uno según sus medios y generosidad. No se contemplaba en aquellos tiempos otra forma de reaccionar, puesto que estaba totalmente prohibido cualquier tipo de reivindicación, protesta y, mucho menos, manifestación.

         Veo yo que esta campaña de Navidad hemos hecho un grandísimo esfuerzo en recoger alimentos para  los más necesitados, con una encomiable entrega de los voluntarios y las entidades, quienes han ideado distintas modos de animar la generosidad de los demás. Y con resultado muy positivo, que ha ayudado sin duda a que estas fiestas sean más llevaderas para muchas familias.

Efectivamente, dice Benedicto XVI en su carta Dios es Amor (Deus Cáritas est) que la necesidad no admite demora y hay que remediarla lo antes posible, pero también nos anima a buscar soluciones que vayan más allá de la ayuda puntual. Por ello, el cristiano debe empeñarse, además, en luchar contra las causas que producen la pobreza para ver si aquí puede también poner su mano. 

Las instituciones y asociaciones que nos estamos moviendo en estas Navidades, y que llevamos tras nosotros a muchos miles de personas, deberíamos también añadir un punto de  creatividad y organizarnos en foros donde se hable a fondo del sufrimiento de las personas, se busquen posibles soluciones y se entable diálogo con otros colectivos interesados en el tema, sin olvidar a nuestros representantes políticos.

A modo de ejemplo: en fechas recientes hemos podido comprobar cómo unos grupos de personas han logrado primero detener y después que se reflexione para intentar suavizar esa sangría de los desahucios. Muchas familias han pasado esta Navidad en su casa gracias a estas iniciativas. Imaginemos por un momento cuántos miles de personas hubieran tenido que movilizarse pidiendo euros de puerta en puerta para pagar un mes de hipoteca de los amenazados.

                                                                                              José Palomas Agout,   párroco.      

martes, 27 de noviembre de 2012

La mula y el buey

 





         Creo que ningún medio de comunicación ha dejado de hacerse eco de la noticia, según la cual el Papa afirma en su último libro que en el portal de Belén no había ni mula ni buey. Lo han comentado de forma jocosa unos; otros buscando llevar el agua a su molino y frotándose las manos, porque así van a ir cayendo poco a poco los mitos que nos habían contado como verdades.
Lo cierto es que está creando sorpresa, estupor e incluso disgusto entre los propios cristianos católicos, que no entienden por qué hay que tocar una tradición tan arraigada y entrañable, siendo así que el asunto no se refiere a lo esencial. Y yo creo que tienen mucha razón, sobre todo si se añade el “con la que nos está cayendo”.
Pero seamos justos: Joseph  Ratzinguer se hace eco de que en los evangelios de la infancia, ni San Lucas ni San Mateo refieren la presencia de esos animales. Y es verdad. Pero tampoco resultaría extraño que estuviesen en aquel establo, como ha supuesto la tradición popular cristiana.
Yendo un poquito más al fondo, uno comprende la desazón de los católicos, que se esfuerzan en mantener el portal en sus casas, en la entrada de su bloque, en las plazas, en los colegios, frente a quienes desearían borrar todo vestigio de la venida de Cristo; quienes ya no utilizan la palabra Navidad y la llaman “estas fiestas”, intentado colarnos a Papá Noël, quien, por cierto, vestía originariamente de verde pero cambió al rojo por imposición de Coca Cola.
Además, convirtiendo en noticia algo con tan poco calado, damos una baza magnífica a quienes les molesta la propia existencia del cristianismo, porque es incomodo y saca los colores. Y es que en Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de Dios hecho uno de nosotros, uno de tantos, asumiendo nuestra propia humanidad y compartiendo los avatares de la historia, sin permanecer, por tanto, ajeno a nada  de lo que sucede. Nunca mejor dicho que “lo sufre en propia carne”, como Él mismo afirmó muchas veces en el Evangelio.
Por eso haríamos mejor en centrar nuestra atención en el misterio del Dios hecho hombre, padeciendo Él mismo la falta de alimento, las penurias económicas, los desahucios, el debilitamiento de los sistemas de protección, frutos maduros de la injusticia y el ansia desmedida de riqueza y poder.
El Portal es una venerable tradición cristiana. Ponga el portal y llénelo de animales, incluidos la mula y el buey, pero no olvide que el centro es el Niño, el Dios hecho hombre, ese encuentro misterioso, pero real, de Dios con la humanidad, de Dios contigo y conmigo.

                                                                                  José Palomas Agout.
                                                                                              Párroco.
                                                                                        Noviembre 2.012.

domingo, 11 de noviembre de 2012

La moneda de la viuda.

       La moneda de la viuda.
(A propósito del Evangelio de hoy,
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario).

Si uno viaja a Tierra Santa, encontrará que en todas las tiendas de recuerdos le ofrecen unas moneditas muy parecidas a nuestros actuales céntimos, que se llaman así: “la moneda de la viuda”. Toma su nombre del evangelio que hoy leemos en toda la Iglesia: Efectivamente, dice San Marcos en 12, 38-44 que Jesús alaba a una pobre mujer, “que pasa necesidad”, y que echó en el cepillo del templo “lo que ella misma necesitaba para vivir”,  frente a quienes depositaban grandes cantidades “de lo que les sobra”.
Desde luego Jesús no está hablando de economía ni de cómo sostener el templo, que resultaría imposible a base de centimillos. Como en tantas ocasiones Él está anunciando con estos ejemplos una novedad, el comienzo del Reino de Dios, que ha venido a inaugurar y donde las cosas serán distintas.
Hoy resalta Jesús dos características de este nuevo orden:

1.- No se construye ni con apariencia, ni a base de injusticias, aunque se intenten disimular con ropajes y palabras religiosas. El Maestro lo dice mejor: ”¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en la sinagoga y los primeros puestos en los banquetes, mientras devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia muy rigurosa”.

2.- Según sus palabras, el Reino se construye con personas que se dan a sí mismas, que no se ponen en primer plano, que no buscan su propio provecho. Por eso, el trabajo callado y humilde, la entrega generosa a tareas sin relevancia ni reconocimiento social, lo despreciable para este mundo, representado en la moneda de nuestra viuda, toma un valor incalculable. En ella estamos incluidos nosotros y lo poco que podemos ofrecer. Pero nuestra alegría es que eso lo valora el Señor, y no por darnos una palmadita en la espalda y consolarnos sino porque somos los cimientos de la Nueva Ciudad, su Iglesia.
           
Así toma sentido el: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos”.
                                              
                                                                                 
José Palomas Agout, párroco.
                                                                                                                             11/11/12.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Los veinte millones de euros



Mientras tomaba un café oía a mis espaldas una serie de comentarios sobre el tema estrella en estos días: el donativo a Cáritas de esa cantidad por parte de uno de los comerciantes más ricos de nuestro país. Hablo de esto porque, a juzgar por la conversación, parecía que el señor en cuestión se presentaría en Cáritas con un saco, lo vaciaría encima de una mesa y, a renglón seguido, comenzaría el reparto entre todos los pobres.

Resumiendo, que dentro de pocos días yo iría al banco, me darían la parte de nuestra Cáritas y lo repartiríamos entre las personas que acuden a pedir. Aparte de los consabidos chistes maliciosos, como “la mitad se lo guardarán los curas”, bromeaban con apuntarse ellos también por si cae algo. Con los argumentos de estos contertulios, si Cáritas está ayudando directamente a más de un millón y medio de personas, tocarían a poco más de diez euros,  y eso sin desquitar, claro, la parte de los curas.

Pero las cosas no son así, porque ni el donante ni Cáritas son tan torpes. ¿Cómo se hace, entonces? Pues se redacta un convenio entre la fundación creada por este señor y la Institución Cáritas Española, donde se especifica la cantidad, el tiempo de duración, las parcelas en que el donante desea que se emplee proporcionalmente, la forma concreta en que irán haciendo efectivos los pagos, la justificación, el seguimiento y, normalmente, la auditoría por una entidad externa a ambos. Entonces es cuando se firma y comienza a ponerse en práctica.

Tal vez ayude un ejemplo tipo. Supongamos que unas monjitas quieren poner en marcha un comedor social para indigentes. Pues deben presentan el proyecto a Cáritas Española, incluyendo todos los gastos que originaría: local, electricidad, personal, alimentos, etc, etc. Ese proyecto es estudiado entre otros muchos que se presentarán, como es natural. Y, si se amolda a la voluntad del donante y el beneficio para los pobres compensa el gasto, es aprobado total o parcialmente. A partir de aquí la institución que regenta ese comedor social presenta mensualmente las facturas de gastos, que es abonada con dinero de la donación. Naturalmente no se aceptarán facturas que no reúnen todos los requisitos legales, puesto que las cuentas serán auditadas.
 

No es la primera vez que Cáritas recibe donaciones de particulares o subvenciones de organismos oficiales. Tiene, por tanto, mucha experiencia en este tipo de actuaciones y goza de gran prestigio, porque es exquisita en la justificación cuentas. Para corroborar lo dicho baste recurrir al ejemplo de este señor, que conoce el mundo y no parece que se deje engañar fácilmente. Pues bien, él ha confiado precisamente en la Institución Samaritana de la Iglesia Católica. No hay dinero en maletines o bolsas de plástico, ni se lo reparten en una habitación cerrada al estilo Alí- Baba.

                                                             José Palomas Agout, párroco.
                                                                                                 28 Octubre 2.012

viernes, 2 de noviembre de 2012

Por qué no conocen a Jesucristo


Según fuentes de la Conferencia Episcopal Española, en palabras de Monseñor Munilla, obispo responsable de pastoral juvenil, el 50% de los jóvenes españoles no conocen a Jesucristo.
Naturalmente, al ser una media habrá diferencia entre las distintas regiones e influirá bastante la formación que estos jóvenes poseen;  “no conocen” significa que, aunque muchos sean capaces de identificarle en las distintas  formas en que se manifiesta artísticamente, no saben nada más de El: su vida, su enseñanza, su doctrina; no han leído nada del Evangelio ni son capaces de recitar el padrenuestro y, desde luego, la práctica se reduce, si es el caso, a momentos puntuales, que no dejan huella en sus vidas.
Es necesario recordar que en la sociología actual  el concepto de juventud abarca un periodo muy amplio de la vida, podemos estar hablando de personas que tienen bien cumplidos los treinta. Los obispos se refieren, por tanto, no sólo a los adolescentes, sino también a los padres y madres de niños en edad escolar, incluso universitarios. Al no conocer ellos a Jesucristo, tampoco pueden transmitirlo a sus hijos. “Se ha roto la cadena de transmisión de la fe”, afirman, quedando en manos de algunas abuelas la primera iniciación cristiana, papel que tradicionalmente ha correspondido a los padres
Para los creyentes, todos los acontecimientos son una llamada de Dios a la conversión; cito estos datos en sentido creyente y, por tanto, no deseo que sean en forma alguna interpretados como derrotismo;  son un acicate para ponernos a trabajar. La conclusión de nuestros obispos es que España ya puede considerarse como “un país de misión”.
Leído lo anterior, ¿qué podemos hacer nosotros?
1.- Tanto el Papa como nuestros pastores nos están recordando en este año de la fe que todos somos misioneros desde el día de nuestro Bautismo. Tal vez para nosotros ser misionero no sea discutir ni ir tocando de puerta en puerta, pero sí intentar transmitir nuestra fe a quienes tenemos más cerca. Primero con el ejemplo, pero además con la palabra y los medios adecuados. Es una tarea larga, como todo proyecto educativo, que requiere paciencia y tacto: no vamos a avanzar ni un milímetro con largos discursos o riñas. Dicen los expertos pastoralistas que la Iglesia, es decir, nosotros, tenemos que aprender a hacer cristianos, porque hasta hace no mucho tiempo nos venían dados por la sociedad, y eso ya no sucede.
2.- Nos ayudará bastante no dejar esta tarea exclusivamente en manos de los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los profesores de religión, etc.  Su tarea  es servir de ayuda, pero, si no tienen eco en la familia, en los amigos, en el grupo con que se reúnen los jóvenes, se abre una brecha entre lo que dice el cura, lo que oigo en la iglesia y lo que dicen mis seres más cercanos. (Como ejemplo, aunque no es el único, sucede muchas veces con los niños y niñas de comunión).
3.- Ayudará bastante que los mayores dejemos de recurrir a los famosos “tiempos dorados” de mi juventud. Esa añoranza no es buena, porque nos produce pasividad, esperando de brazos cruzados que vuelvan aquellos años dorados. Es necesario recordar que, cuando los mayores nos referimos a “nuestra juventud”, quienes nos oyen aún no habían nacido.
4.- Nuestra parroquia está transmitiendo a los niños y niñas de comunión las verdades fundamentales de la fe, gracias a los catequistas. Tenemos un grupo de confirmación, en que se intenta poner a los jóvenes en contacto con Jesucristo. Después de recibir ambos sacramentos nos preocupa la permanencia y eso ya no está en nuestras manos, al menos totalmente. Aquí serían necesario adultos que los “adoptaran” para animarlos a seguir en el camino que han emprendido.
Estas quieren ser unas palabras de ánimo. Sabemos que Jesucristo tiene en sí mismo fuerza suficiente para llenar de alegría la vida de quienes le siguen. Nuestra tarea es presentarlo claramente, en este caso a los jóvenes. No es que se haya secado el manantial sino que están faltando guías para acompañar a los hombres hacia él.
                                                           José Palomas Agout, Párroco.
                                                                                              Octubre 2012.